sábado, 13 de noviembre de 2010

DreamWords


Siempre quise un amor de película. Vivía soñando que yo era uno de los personajes de esos románticos filmes donde la pareja es flechada desde el comienzo, luego tienen la típica discusión, se separan y, finalmente, ambos de reconcilian y se besan bajo el sol.

Sin embargo, la vida no es una película ni una serie, es un sinnúmero de eventos que se desencadenan con nuestras decisiones y las de otros y, a diferencia de una serie o una película (donde nos enteramos hasta donde el director quiere) nuestra vida no tiene escenas cortadas, postproducción ni mucho menos los idílicos protagonistas.

Pero a pesar de esto, seguí pensando en lo estupendo que sería de pronto experimentar un amor de peli. Imaginémonos un amor a lo “Notting Hill”, o un romance como el de “The truth about cats and dogs”. La verdad es que traería a nuestras rutinas algo de magia, porque eso es lo que tienen esos amores, esa magia que brota sin permiso; la misma magia que nos hace encantarnos con quienes encarnan aquellos personajes que quisiéramos ser nosotros, aunque fuera un romance distante como en The Lake House.

Más romántico, menos trágico, más llorón, menos cómico, no importa cómo se desarrolle el romance, los matices guardan en el fondo un deseo por tener en nuestras vida un amor tan especial como el que vemos a través de la pantalla y, es que ¿quién no se ha enamorado de un personaje de una película o serie?

Me puse a recordar todas las veces en que me encanté con un romance de la pantalla grande y me encontré ante un patrón continuo de cualidades que admiro, de actitudes que respeto y de sonrisas que me cautivan. Pero de nuevo estaba ante mí la cruda realidad, estas cosas eran extremadamente difíciles de encontrar en la cotidianidad.

Sumergido en la oscuridad de mi habitación, mientras sonaba el disco “Women´s Work”, me encontré ante la evidente realidad: a pesar de los años, a pesar de los caminos, de la música, de los perros, las palomas, los árboles, los puentes, los ríos, las gaviotas, la soledad era una amiga inseparable, aún en compañía de personas queridas.

De pronto sentí una sensación extraña en el pecho, de esas amargas sensaciones que surgen de improviso, sin bandas ni carteles, que sólo te invaden como un regimiento que se atrinchera a campo abierto.

La verdad es que no podía seguir esperando un romance de película, no podía seguir esperando que me sucediera lo que ocurre esas historias, porque mientras espero que algo así me pase, se me pasa la vida. Fue duro darme cuenta que durante años había vivido con ilusiones prefabricadas, con estereotipos lejanos, con imágenes que nunca serían mi reflejo.

Pero ¿cómo dejar atrás aquello que es parte de ti? ¿Cómo abandonar en el camino aquello que viajó contigo durante años? ¿Se va con esos momentos parte de la esencia? Quiero creer que es necesario vaciar la mochila de aquello que fue parte de tu vida, que vivirá contigo mientras lo recuerdes, para así dar espacio a las cosas que surjan en la ruta; porque la memoria es el mejor de los baúles, en la medida que va siempre con nosotros y, por sobre todas las cosas, está conectada directamente a nuestro corazón.

Así, mientras aprendo a desprenderme de mis ilusiones pasadas, voy haciendo espacio para unas nuevas. Después de todo, quizás no tenga un romance de película, pero innegablemente seré protagonista de mi historia y ese papel, lo tengo ganado hace años.

P.D. Por esos amores que hacen de nuestros ojos océanos de ilusión, porque la esperanza del amor es la luz sigue viva cuando todas las demás se apagan.

martes, 27 de julio de 2010

Las citas de mi vida o Como si fuera la primera vez


Y resulta que, entre todas las cosas que hago durante el día por mero ocio, me puse a pensar hace cuánto tiempo que no tengo una cita. Claro, una cita decente como las de antes, aquellas donde uno esperaba con ansias y nerviosismo, como si el futuro emocional de nuestras vidas estuviera en juego.

El resultado fue desastroso. Caí en la cuenta que por lo menos llevaba dos años sin una cita, ni a ciegas ni con los ojos bien abiertos. Definitivamente mi vida romántica se había ido por el urinario.

Ante la inequívoca realidad, decidí tomar cartas en el asunto (y no me refiero a ponerme a buscar pareja como malo de la cabeza). Era tiempo de centrar mis energías en alguna actividad que distrajera mi conciencia (si la tenía). Buscando entre pocas opciones relativamente inocuas, decidí que sería interesante probar la ebriedad como vía de autoconocimiento.

Después de unas pésimas incursiones, decidí abandonar esta vía (definitivamente había durado menos que un candy). Y es que de pronto me encontré ante una irrefutable verdad: la ebriedad como vía de autoconocimiento carece de un sólido fundamento, en la medida que lo que buscas es alcanzar un nuevo estadio de conciencia y, lo único que consigues (con suerte) es alcanzar un nuevo retrete.

Me puse a pensar entonces en aquellos breves romances donde después de una noche de sexo, la compañía de la otra persona se vuelve incómoda o molesta.

Me dispuse entonces a encontrar una persona que valiera el esfuerzo y, como si no fuera suficiente, sólo encontré pésimas propuestas de romances instantáneos. Y no es que no quiera algo así, es sólo que estoy cansado del café instantáneo, suele darme más molestias que momentos gratos.

Y recordé una vieja comparación entre el sexo y el café. La creencia urbana dice que del modo que te gusta el café, del mismo modo te gusta el sexo. Así, si te gusta el café intenso, fuerte y con cuerpo, eres una persona apasionada. Si gustas del café dulce, eres alguien romántico en la cama. Ahora, si gustas del café intenso y amargo, sería bueno que revises tu armario, por si encuentras un látigo entre tus cosas.

Pero bueno, la idea no es centrarnos en el sexo, sino adentrarnos en las dinámicas relacionales que establecemos con las personas que conocemos durante nuestras “exploraciones” en la vida amorosa.

Me puse a recordar entonces las citas que había tenido y, entonces surgieron en mi memoria una serie de encuentros, desde los más clásicos a los más hilarantes. Recuerdo una vez que con una persona quedamos para comer. Hasta entonces todo parecía ir de maravilla, habíamos sostenido una larga conversación previa. Sin embargo, cuando nos juntamos a la hora del almuerzo, era la persona más callada que había conocido y aunque puse todo mi esfuerzo en generar un ambiente distendido, al parecer las conversaciones cara a cara no eran su fuerte. Motivo por el cual pedimos la cuenta y a la cuenta de tres nos perdimos por calles diferentes.

Después de intentar dilucidar el enigma de lo anterior, me di cuenta que no era necesario invertir energías en algo así. Entonces recordé otra cita de aquellas. Esta vez el escenario fue el cine, cuando tomando la iniciativa, me invitaron a ver una película. Debo reconocer que soy feliz cuando alguien toma la iniciativa y, más aún cuando se trata del cine. Sin embargo, las complicaciones comenzaron cuando me dijo con toda alegría y entusiasmo: ¡Veremos Terror en Silent Hill!, ¿Una película de terror?, pensé, ¡vaya cita!

Definitivamente tenía otra concepción de una cita romántica, nada que tuviera relación con monstruos destripando personas o monstruos torturando personas o más monstruos partiendo en pedazos a más personas. Creo que después de esa cita, habría tenido una enorme excusa para haber quedado con un trauma de sadomasoquismo.

La verdad es que, después de recordar sólo este par de citas, no quise seguir rememorando otras. Y así, creo que ante esta desastrosa realidad, era prudente seguir en un estado de soltería que evitara posibles traumas. Sin embargo, quizás no sea tan malo arriesgarse con una que otra película, después de todo, siempre tendremos a mano los trailers.

lunes, 7 de junio de 2010

No será Musho??


Y justo cuando pensaba que nada podría complicar mi ya tomada decisión, va y aparece su sonrisa; ¡Rayos!, esto realmente no es justo.

Durante todo el fin de semana estuve dándole vueltas al asunto y, había tomado la decisión de dar el primer paso para dejarle partir y, hasta cierto punto, esto había funcionado, o yo lo creí así. Sin embargo, como suele ocurrir con muchos de los proyectos que empiezo, algo hace que éstos tomen un certero rumbo hasta la carpeta “Para Después”, y éste no sería la excepción.

Como escribí hace un tiempo, al parecer tenemos algo de masoquismo arraigado a la hora de enfrentarnos al amor, algo que hace que nos tropecemos con las piedras una y otra vez, sacándonos la cresta unas varias ocasiones. Así, en cuanto acabamos de recuperarnos de una, caemos en otra y, a veces, aún malheridos. ¿Tenemos esperanza de romper el círculo o estamos destinados a ir de piedra en piedra?

Así, mientras pensaba en esta pregunta, caí en la cuenta de que un primer paso sería dejar de escribir sobre el asunto. Sin embargo, luego de contradecirme y mover la cabeza en señal de autodesaprobación, decidí continuar. Y la verdad es que lejos de producirme dolor o complicaciones, este extraño amor me hacía sonreír a pesar de todo.

Cuando me percaté de esta situación, fui consciente del porqué de la no renuncia. Mi circuito de la gratificación estaba haciendo de las suyas, lo que le transformaba automáticamente en una suerte de adicción. Me reí al pensar que le había puesto en la misma línea que una pichanga o un completo con papas fritas. Claro, con la salvedad que en vez de engordar estaba perdiendo peso, lo cual sería alentador si no fuera un saco de huesos.

Pero bueno, la situación es que, a pesar de mis esfuerzos, me encontraba en el mismo lugar de siempre. Y ante la idea de parecerme a mi perro tratando de pillarse la cola, decidí que tenía que hacer algo radical (probablemente sería otra proyecto destinado a la papelera de reciclaje) y definitivo. De este modo, concluí que si tenía que hacer algo, esto sería única y exclusivamente por mí.

Así se dibujó en mi mente la siguiente frase: y si renuncio a ti no es de cobarde, ni porque no te ame, si no porque he decidido ser feliz y ese camino, de momento, debo andarlo solo.

Sin embargo, luego de pensarla me di cuenta que si realmente quería ser feliz, no tenía necesidad de renunciar a lo que, por estos días me hacía sonreír. Lo único que debía hacer era definir qué quería y qué no para mi vida. Así, lo primero que dejé en claro fue que, no quiero andar por la vida renunciando a las cosas sólo por el hecho de que no se den como yo quisiera y, aunque me digan que merezco la correspondencia en el amor, sé que de momento sólo necesito sentirme querido; en esta extraña y particular forma, pero después de todo, yo también soy bastante particular.

lunes, 31 de mayo de 2010

Double Pack o de las Sensaciones Compartidas


¿Te ha pasado alguna vez que en las vueltas de la vida te encuentras con una persona con la cual tienes una complicidad tan profunda que no hay necesidad de hablar?

Compartir más que un vínculo de atracción o un romanticismo meloso es algo que no ocurre con regularidad, es como esos extraños fenómenos cósmicos que sólo ocurren cada chorrocientos mil años en algún lugar de la tierra donde, para peor de los males, a veces ni siquiera los vemos (esto es tremendamente desalentador para nuestras pretensiones amorosas, pero hay que tener muy en cuenta a lo que nos enfrentamos).

Cuando comencé con esta idea de escribirles, dediqué la primera columna a las miradas. En ella exploré muy someramente la complicidad que se establece con ciertas personas mediante este tipo de contacto. Esta sublime conexión puede llevarse a planos mayores cuando las personas involucradas comparten algo más que una cama esporádica.

Podría decirse que estaríamos frente a una especia estratificación de la complicidad. En este sentido, si visualizamos Machu Picchu, tendremos una idea de lo complejo que resulta congeniar de tal forma con alguien. Sin embargo, del mismo modo, es por la misma razón que resulta tan sorprendente cuando algo así ocurre.

Durante la semana le di varias vueltas al asunto, pensando también en las cosas que me sucedían y que prefería obviar por mero autoengaño, pero que contrariamente a lo esperado, estaban más presentes de lo normal. De esta forma, luego de algunas charlas y otras “escuchas” (situaciones donde sólo escucho o “leo” a alguien), comencé a comprender que hay complicidades que nacen y se van puliendo poco a poco, en la medida que se liman las asperezas y las personas se van conociendo en sus múltiples dimensiones. Sin embargo, hay otras que brotan de pronto y son tan intensas que suelen asustar a quienes las experimentan, debido a que nos estamos acostumbrados a “encontrarnos” con alguien que nos entienda hasta mejor que nosotros mismos”

Estos encuentros en el camino, que suelen ser extraños, libres de muchos clichés y absolutamente vigorizantes, tienden a ser, del mismo modo, inesperados, fugaces y desconcertantes. En consecuencia, tal como pueden ser revitalizadores para los que experimentan esta conexión, está la gran probabilidad que resulte en una relación errática, compleja y no exenta de dudas y temores.

¿Qué deberíamos hacer entonces? ¿Resignarnos a vagar por las calles o caminos de la mano de una relación estable con nuestra soledad?

Cierto es que cada vez con más frecuencia, las personas están evitando las relaciones que puedan tener alguna complicación o que pueda parecer un tanto inestable ¿por qué? Mmm….quizás por el mismo motivo que nos gusta comer más cosas dulces que amargas. El sin sabor de la vida suele ser algo de lo que rehuimos con absoluta determinación. Sin embargo, los que estamos algo acostumbrados a vernos envueltos en algún romance desastroso, tenemos la conciencia de que la única forma de tomar el verdadero sabor del amor es no temiendo a probar aquello que puede parecer extraño, inusual o incluso peligroso.

Sentado en una barra, caí en la cuenta de que no quiero verme todos los días llegando al mismo lugar y que a mis oídos llegue la pregunta “lo de siempre”, por el simple hecho de no arriesgarme a probar algo nuevo por temor a lo que sucederá. La relatividad del tiempo, en donde el fututo no existe y lo único que tenemos es un presente que se construye en base a las decisiones inmediatas, nos lleva a la situación de adiestrar nuestros sentidos para probar las diversas sensaciones que nos rodean.

lunes, 10 de mayo de 2010

¿Miopía o Masoquismo?


Justo cuando pensaba que no volvería a caer en alguna situación extraña, me encuentro tratando de lidiar con una de ellas.
Al parecer, cuando más esperas que algo suceda, esto tiene menos probabilidades de ocurrir (contrario a todas las predicciones positivas de Coelho y la colaboración cósmico-universal). De este modo, decepcionado y aburrido de toparme siempre con el mismo tipo de persona, me había resignado a no dejarme arrastrar en alguna clase de romance o situación por el estilo (decisión bastante absurda considerando mi personalidad.) De ahí que tomara la decisión de no “enrolarme” en alguna aventura amorosa, con la convicción de que podía lograrlo, pero con la secreta duda de que quizás no funcionaría.
De este modo y, considerando el tenor de las últimas relaciones que había logrado entablar, podría decirse que sería prudente comenzar a coquetear con los postes de luz o las puertas.
Hay un no sé qué en las relaciones amorosas que por alguna razón misteriosa algunas personas tendemos a enamorarnos de quienes no nos corresponden o de personas que en realidad no valen el esfuerzo. Así, mientras miraba las hojas secas que adornaban el suelo que se extendía ante mis ojos, pensaba en que como hay una variedad de tipos, colores, diseños y tamaños de hojas; cuando escogemos una de ellas, lo hacemos por alguna razón en particular. Del mismo modo, cuando nos fijamos en una persona, podemos estar respondiendo al mismo patrón. Entonces, si de entre todo el amplio espectro de personas con las que nos topamos nos fijamos precisamente en aquellas que no nos corresponden ¿no deberíamos buscar otro árbol de potenciales fracasos?
Después de una intensa semana, donde el trabajo me dio poca tregua para pensar en mi lamentable estado amoroso, me senté a reflexionar en lo que verdaderamente pensaba y sentía. El resultado fue escalofriante y, como decirlo, desastroso: estaba enamorado.
Quisiéralo o no, el tiempo transcurrido hasta la fecha, sumado a todos los momentos que se habían dado y una serie de señales que pudieron ser realmente mal interpretadas, me encontraba ante la dura y aterradora realidad: estaba enamorado de alguien que no podría corresponderme. Sin ánimos de ponerme a gritar y correr como Kevin en “Mi pobre Angelito”, decidí que era más prudente entrar en otra fase de relación, ante la inevitable realidad de toparnos todos y cada uno de los días en los rincones de esta ciudad.
Así entonces comenzó la primera fase de mi Plan Mate al toro y quédese con los cuernos, son gratis y nadie tiene que ponérselos; son automáticos. Sin embargo, mientras me mentalizaba en llevar a cabo esta fase, en mi cabeza seguía dándome vueltas la pregunta ¿es que no vemos bien o es que nos gusta el dolor del amor no correspondido? Es cierto que por tradición matrística la victimización es una de las características de nuestra cultura, pero dudo que sea una generalidad, siendo además que no es nada grato pasar de dolor en dolor.
De este modo, comencé a albergar la idea de que los que a esta situación nos enfrentamos, somos muy miopes en el amor. O sea, miope yo ya soy, pero atando cabos y recordando las advertencias de algunas personas muy queridas, caí en la cuenta de que, a pesar de todo lo que tenía en frente, no vi la verdadera realidad: era una batalla perdidad antes de comenzar. Quise entonces buscarle el lado positivo al hecho de que entre la miopía y la obstinación no llegaría a nada bueno y, me di cuenta de que si bien no llegaba a buen puerto en las relaciones, jamás me daba por vencido y, por sobre todas las cosas, era capaz de disfrutar de los pequeños momentos felices, gozar la vida en sus más sencillos detalles; de ahí que replanteara el dicho popular de los cien pájaros volando, que nos enseñó que si no tienes un pajarraco en la mano, eres un idiota. Así entonces, postulé la idea de que es tan válido ser feliz viendo volar a esos cien pájaros, sabiendo que jamás alguno de ellos será tuyo; como ser feliz porque se tiene un ave entre las manos.
Después de divagar un rato en algunas cosas verdaderamente insustanciales, llegué al razonamiento final: quizás no sería correspondido en este amor y lo más probable que llegado el momento será un dolor muy grande, sin embargo, la mayor convicción de todas es que a pesar de todo esto, seguiré en pie, luchando por las cosas que me hacen feliz y, asimismo, a pesar de todos los dolores, jamás renunciaré a amar.

sábado, 30 de enero de 2010

De (s) Ilusiones









Sinceramente, siento que una de las experiencias más alucinantes es hacer una locura por amor, ilusión o la emoción que uno sienta que lo embarga. En este sentido, me encuentro escribiendo esta columna en un lugar que nunca pensé que estaría. Suelo sentarme tardes o noches enteras a pensar y escribir estas palabras en el íntimo espacio de mi casa, donde las ideas brotan al amparo de las paredes. Sin embargo, hoy me encuentro sentado en la barra de un lugar que ha cobijado una emoción tan intensa que hace mucho no sentía, que parecía haberse disuelto en el tiempo, con los recuerdos de tiempos pasados.

Con los nervios de punta, tiritando como si fuera un quinceañero me he sentado casi con las emociones a flor de piel, intentando desnudar aquello que surge y me remece como un violento huracán (Canc. Sug. “Chocar” de El sueño de Morfeo).

Sé que están acostumbrad@s a que escriba sobre temas amplios y no hable sólo de mí, pero quiero apelar a su afecto para que me permitan esta licencia de llevarlos conmigo en esta odisea de mi corazón.

Las sensaciones que hoy me habitan están cargadas de ese estremecimiento propio de los primeros amores, de aquellos que nos transportan a ilusiones sencillas, sin complicaciones, ideas de proyecciones; simplemente el hecho de estar y sentir con absoluta intensidad.

Después de muchas deliberaciones sobre lo que debía hacer con lo que me está pasando, opté por hacer frente a mis emociones, de cara a la verdad y con absoluta responsabilidad de los resultados. Así, es cierto que muchas veces las ilusiones nos dejan un amargo sabor cuando los hechos no responden a lo que esperábamos, pero es verdad también que si nos paralizamos ante las ilusiones por el sólo hecho de evitar el sufrimiento, viviremos la vida a medias.

No recuerdo hace cuánto tiempo que una persona me transportaba a tan sencillas ilusiones, a sensaciones armónicas y desconcertantes, a sentir un nervio que te pone las piernas de lana. Sin embargo, lo genial de todo, es volver a sentir. Dure cuanto dure la ilusión que nos llena, no importa lo que al final suceda, el alma se nutre de las emociones y lo que hacemos con ellas, por lo demás, habrá una historia que contar.

Siento que, de las cosas más reconfortantes que pueden sentirse al llegar una determinada etapa de la vida es llevar la memoria a recuerdos anclados por años, revolverlos y sonreír al saber que hiciste las cosas cuando el corazón te llamó (sin ninguna intención de sonar cliché).

Sin embargo, a pesar de todo cuanto suelo hablar y de la postura que suelo tener ante la vida, debo reconocer con absoluta sinceridad que, jamás me he sentido tan aterrado, lo cual constituye una posibilidad increíble para quienes me conocen de burlarse de mi situación.

Sentado en la barra, veo la mitad de su cuerpo y no puedo evitar moverme para contemplar sus profundos ojos, a la vez que veo el clásico “bailecito” que me dejó desparramado en el suelo como un soberano huevo frito. Los escalofríos que me recorren me inmovilizan e impiden a ratos tomar la acción en mis manos. No quiero pasar el tiempo pensando, luego, luego, que aún no es el momento. Este viaje tiene un fin exclusivo: darle una forma a mi ilusión, sea cual sea.

Y en estos momentos aparece la palabra que me identificó el pasado año: ¡Iluso!, se escucha una voz que parece la mía, pero que rebota contra la pared de mi silencio.

Ahora está ante el televisor, diría que es un momento excelente para llamarle y preguntarle si no tiene complicaciones para conversar conmigo un momento. Sin embargo, el miedo vuelve a paralizarme, necesito fuerza, mucha fuerza. Miro hacia su mesa, pero sus ojos (que antes se encontraban siempre con los míos) están fijos en el televisor.

Como el nombre de una de las obras de teatro que aparece en el volante que me dieron (“fans-tasmas”), sin quererlo yo, aparecen viejos fantasmas y sentimientos que creía superados. Ya ni siquiera me persiguen las ideas sobre mi imagen y lo que los demás puedan ver, sólo me invade un temor absurdo.

Mientras bosteza frente al televisor y luego ríe junto a sus compañeros de trabajo, yo sigo empantanado en ideas que me tienen sentado en la barra sin tomar decisión alguna.

Llevo dos hojas escritas y aún no tomo en mis manos la fuerza para hablarle. Ahora, la situación se ha vuelto difícil, porque está conversando con sus compañeros, mientras yo escucho “Shiva Manas Puja” de Ravi Shankar, tratando de canalizar mis energías y mantenerme calmado.

En estos momentos me haría bien un abrazo fuerte de quienes han estado conmigo durante este tiempo, para decirme que todo irá bien, que no hay nada que perder, que lo importante es la experiencia que ganaré, porque a pesar de las apariencias, estas increíbles personas saben muy bien con la facilidad que me desmorono. Sin embargo, y recordando sus palabras, he de tener en cuenta que también me levanto de las caídas.

Definitivamente, creo que estoy perdiendo cada vez más mis posibilidades, cuando otro joven se instala a conversarle en la barra en entretenido diálogo. Quizás sólo debería pedir la cuenta, levantarme y salir con la idea fija de que nada pasó durante estos magníficos días. Quizás parezca cobarde y, en cierto modo lo es, pero es que las señales que creí ver en los días previos hoy no se han presentado.

Me siento como un traidor, las dulces sensaciones de la tarde se han marchado por el momento y siento que no he sido lo valiente que todos esperaban, que he traicionado a mis propias emociones. Y pasan y pasan los minutos dolorosamente en el reloj, mostrándome los valiosos momentos que dejé ir.

En uno de esos momentos, mientras pasaba por el lado me preguntó si necesitaba algo más, muy nerviosamente le dije que por el momentos estaba bien, a lo que me respondió ¿seguro? Lo estoy vigilando, jajajaja….aún me causa risa y ternura esta situación, es lo que más rescato de toda la noche.

Al final le dije que se sentara conmigo y lo hizo, conversamos a momentos por lo obvio de su trabajo y fue grato. Sin embargo, también significó el fin de mis ilusiones, lo que básicamente me dejó en un estado que aún no puedo denominar. No estoy triste, tampoco devastado, desolado o cualquier bendito sinónimo de la RAE no sé, es como si estuviera muy conciente de todo, pero mi mente se negara a aceptar la idea (sería exagerado decir que estoy en shock, pero quizás lo es jajaja).

Ahora, no hice todo cuanto pensaba hacer y decir, pero siento que fue prudente, las circunstancias así lo permitieron. Ahora, mientras viajaba y analizaba las cosas, tomé la decisión de hacer un último gesto, pero eso me lo reservaré, no porque no quiera contarles, sino porque es un pacto conmigo mismo, con mis emociones.

Mientras escribo estas líneas en una terminal donde nunca había estado, pienso en todas las veces en que nos ilusionaremos y caeremos, en todas las veces que nos dejemos llevar por las sensaciones y los resultados no serán los deseados, pero por sobre todo, pienso en lo increíble que es sonreír a pesar de todo.

P.D. Te dedico esta columna porque por ti nació.