lunes, 23 de noviembre de 2009

Cuando me azotan (las ideas)...















Y de pronto me vino la duda sobre lo que en verdad sucedía. Era cierto que las últimas semanas no habían sido el paraíso precisamente, pero el extraño sentimiento que me invadía no tenía una explicación coherente a los hechos. Ahora, como he visto de un tiempo a esta parte, las emociones tienen esa cualidad: aparecer de pronto, descolocándonos por completo; lo que nos obliga a tomar una dirección en el variado espectro de posibilidades. Por un lado, la típica solución de la avestruz, metiendo al cabeza en la tierra y hacer como que nada pasa. Por otro lado, comenzar un proceso de introspección (una especie de autoengaño), pues queda en eso, en el comienzo. Sin embargo, el camino más largo y escabroso es hacer frente a las emociones, mirarlas a la cara y, descubrir qué yace en el fondo. Ahí está el problema, pues no siempre queremos ver qué hay en el fondo del estanque.
Cuando el viento sopla fuerte, sacude la superficie del estanque y, por cierto no nos deja ver con claridad; hecho anexo: jamás tomar decisiones en esos estados. Si el viento recrudece, tiende a revolver el fondo del estanque, lo que lleva a levantar cosas de lo profundo, mezclando todo y negando a la vista la claridad. Sin embargo, si tenemos la paciencia para esperar que se calmen las aguas, veremos que después de ventarrones y tormentas, las cosas podrán verse con más claridad y, aunque no sean como al inicio, lo esencial permanece. Ahí radica nuestra particularidad, en lo que yace al fondo del estanque, inalterable a pesar de lo pase...Descubrir qué es, no es tarea sencilla, mas tampoco imposible. El reto es atreverse a sumergir la cabeza, porque la gracia es aprender a ver bajo el agua, ahogando los ruidos del mundo.Ahora, a veces las cosas no resultan para nada sencillas y, se requiere más trabajo. Pensaba así por ejemplo en el hecho de nuestra incansable búsqueda de la persona que acompañe nuestros pasos por la vida. Así, caemos en la cuenta que nos encontramos buscando a alguien ideal, sin pasado, sin rollos, como la tabula rasa de Aristóteles. Entonces, es cuando nos pegamos el cabezazo contra la realidad y es que la realidad nos muestra que no hay sujetos sin historia, sin pasado, sin complicaciones. La tarea parece estar en el hecho de aprender a buscar a aquella persona que permita un balance en nuestra vida. Y digo buscar porque soy un convencido que esperar que alguien llegue, será la imagen tuya frente al espejo viendo que, lo único que llega son más y más arrugas. Una buena mujer me dijo un día: “la vida está hecha de muchos ahora, no de mañanas…”, si te cruzas de brazos esperando a alguien, lo más probable es que te pierdas de los dulces y no dulces sabores de la vida, pero esa decisión es de cada uno. Pensaba así, en lo que sucede cuando una relación se quiebra, cuando nos invaden los temores del mañana, la incertidumbre de la soledad, de perder los espacios compartidos, las costumbres; motivo por el cual, a veces nos aferramos a personas que no amamos y no nos damos cuenta que las relaciones son como un gran espejo: una vez que se quiebra, puedes volver a recomponerlo, pero las trizaduras seguirán ahí, notorias y peligrosas. Es cierto que cuesta dejar ir, sobre todo cuando lo que se va es algo muy querido, pero también es cierto que aferrarnos puede causarnos mucho más dolor y más prolongado: las agonías son más duras que la muerte misma. Las lágrimas que derramamos nunca son en vano y jamás debemos avergonzarnos de ellas: los océanos también dejan ir agua y no por eso dejan de ser enormes e imponentes. La decisión siempre está en nuestras manos, nadie más maneja el rumbo de nuestras vidas que nosotros mismos, aunque tengamos compañía, la ruta, el respeto a las reglas y los choques que sucedan, son sólo nuestros; el camino, compartido o no, se abre ante nuestro ojos a cada momento y el horizonte, bueno, el horizonte será la vieja voz de la utopía que nos recuerda que lo importante siempre, es avanzar.

jueves, 22 de octubre de 2009

Prueba de amor v/s Amor a toda prueba



Desperezándome a causa de la copiosa lluvia (que a ratos arreciaba de forma descomunal, exagero pero le da un clima de expectación al texto, creo jajaja) me puse a pensar en las abismantes diferencias existentes en el amor.

A raíz de los acontecimientos de las últimas semanas, caí en la reflexión sobre lo difícil que resulta encontrar un amor verdadero y lo fácil que resulta (en teoría) encontrar un momento de sexo casual o causal (teniendo en cuenta que puede causar más de un dolor de cabeza).

En los tiempos en que nos movemos es común encontrar relaciones más bien intensas y breves, estableciéndose un conflicto con la palabra “Compromiso”. No sé si es por temor a padecer de urticaria o porque resulta poco viable desde un punto de vista monetario, las personas optan con más o menos ganas, por relaciones de corta duración. Sin embargo, aparece en escena un elemento que llamó mi atención: la conciencia de que siempre, sea cual sea la relación, va a haber dolor.

Es sabido que las personas no somos amantes del dolor, salvo en el caso de los sadomasoquistas que, para efectos prácticos (auh!), dejaré de lado. En este sentido, resulta bastante común escuchar a jóvenes decir que, no hay razón para establecer relaciones duraderas, si al final siempre terminan mal y duelen. Sumemos a esto, la moda de los más jóvenes por encuentros furtivos y fugaces, donde no hay “daño a terceros”.

Pero volviendo a la inquietud inicial, es evidente que encontrar un “amor a toda prueba” resulta complicado. Sin embargo, es aún más complicado cuando no somos capaces de responder de igual forma a esa persona incondicional y surge la pregunta ¿alcanza el amor de uno para ambos en una relación? Yo me inclino a pensar que no. Sea que lo haya vivido o no, este tipo de relaciones se disuelve o vive una lenta y larga monotonía.

El panorama se vuelve desolador si pensamos en lo difícil que es encontrar una persona que sea capaz de sorprendernos con las cosas simples de la vida, que pueda compartir las sutilezas de los momentos. Así, surge esta oposición entre aquella persona que te pide la “pruebita de amor” con la barata excusa de saber si le amas y aquella persona que no necesita pruebas para amarte cada vez más.

Con la idea fija en la cabeza de lo genial que se siente ver que alguien babee por ti (y que no sea tu perro), decidí pensar y creer que se puede.

Así, a pesar de lo pesimista que parece el horizonte, es reconfortante ver en las calles a las parejas enamoradas, mirándose con ojos tan profundos que, puedes perderte en ellos y saber, sin más prueba, que aman con intensidad.

Y entre tanta hormona revuelta me pregunté ¿por qué es tan dificultoso algo que debiera ser tan natural y saludable? Y después de unos cuantos tragos (jajaja…ojalá, lo único que había en la casa era un kilo de porotos), eh…bueno, caí en la cuenta de que no hay una respuesta absoluta y definitiva sobre esto, pero sí que es necesario ser más naturales, más espontáneos, aprender a disfrutar las relaciones cómo se den, sean breves o largas, aprovechar la intensidad del amor que llega sin petitorios ni contratos y, sobre todo, a expresar lo que sentimos, perder el miedo a dejar al descubierto nuestras emociones que, en definitiva nos hacen personas y permiten tomar el dulce sabor de la vida.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Orgullo y Perjuicios...











“Es una verdad mundialmente reconocida

que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna,

necesita una esposa.”

Después de quedar unas cuantas horas pegado mirando el techo, pensando en las palabras de Austen, caí esparcido (literalmente esparcido) en la pregunta ¿y qué nos queda a los solteros sin una gran fortuna?

Decidí darle un par de vueltas a la pregunta antes de escribir una respuesta suicida y masoquista y es que las certezas de tiempos pasados se esfuman más rápidamente de lo que quisiéramos.

Cierto día, en una charla de chat alguien tenía en su nick: “busco persona atractiva”. Quedé pensativo un momento y le pregunté cuál era su concepto de alguien atractivo. Después de unos minutos, al no saber qué responder, simplemente, re retiró.

En mi cabeza quedó dando vuelta la idea de las imágenes preconcebidas, los prejuicios, los estereotipos y cómo éstos van estableciendo una ruta de navegación en nuestras relaciones.

Cuando alguien dice que busca una persona atractiva, al parecer la idea preconcebida es un joven atlético, de rasgos bien definidos, respondiendo a cánones de belleza clásicos, como el andrógeno Tadzio que cautivó a Aschenbach en La muerte en Venecia.

Sin embargo, solemos olvidar en estas preconcepciones, que todos tenemos percepciones diferentes de la belleza.

Ante tales circunstancias, encontrar pareja en estos tiempos se ha vuelto una tarea realmente titánica (entendiendo el concepto de pareja más allá de un sexo casual o una simple persona que vegete al lado nuestro).

Resulta cada vez más evidente que el campo de las relaciones ha sido reducido al mismo nivel que conseguir un artículo X. Al parecer, ya no hay tiempo para compartir en profundidad, hemos sido aplastados de una hirviente avalancha de sexo express.

La idea final de Austen sobre las primeras impresiones pareció disiparse al mismo tiempo que los prejuicios y la superficialidad de las apariencias subieron al trono.

Así, entre los idealistas que aún creemos en las antiguas ilusiones y en las relaciones con conversaciones entretenidas (profundas o triviales), comienza a asentarse la idea de que la soltería es uno de los caminos más recomendables.

Cuando se tiene 18 ó 20 años, ser soltero no es mayor cosa, se le atribuye principalmente a la inmadurez. Sin embargo, cuando ya pasas la línea de los 24, la soltería comienza a ser vista con ojos de lechuza. La seguidilla de hipótesis suele ser tan agobiante que no sabes qué es peor, si la soltería en sí o los fallidos intentos de tus cercanos por encontrarte pareja.

No es extraño que, en esas típicas reuniones familiares, aparezca una “amiga” de la familia que calza justo dentro del rango del soltero. Más allá de la simpatía que se pueda generar, el intento suele ser un completo fracaso. Sin embargo, el campo se pone más lodoso cuando llueven las palabras matrimonio, hijos, esposa, etc.

Las palabras acompañadas de unas sugerentes miradas inquisidoras, suelen ser suficientes como para dejar los más extraños sinsabores con respecto a nuestra solitaria emocionalidad.

En la idea de que hasta una sardina enlatada tiene más roces me quedé pensando ¿Por qué la necesidad de estar con alguien aún cuando decimos ser independientes y autónomos? Al parecer hay algo de costumbre, generalmente asociada a relaciones previas, algo de temor a la soledad, a veces algo de inmadurez, otras veces por simple mala suerte. Al fin de cuentas, por muchas explicaciones probables, la realidad es una sola: seguimos solteros.

Resignado ante la idea de convertirme en un electrón célibe que sólo desprende cargas eléctricas, sería bastante razonable pololear con una ampolleta o el refrigerador.

lunes, 10 de agosto de 2009

El ácido de la media naranja...



Mientras afuera llovía intensamente, en mi cabeza se daba un fenómeno similar. Confundido aún con los recientes acontecimientos de la semana, me era casi imposible tratar de hilar alguna idea coherente (cosa que es recurrente en mí, pero que en esta ocasión sobrepasó los niveles regulares).
Debo reconocer que no fue una semana común, era como si no fuera parte de las otras, como si de pronto en el gran libro de mi vida, alguien hubiese corcheteado unas cuantas páginas sueltas.
Hay veces en que, más allá de las particularidades de cada día, hacemos relativamente las mismas cosas. Vamos a los mismos lugares, hablamos con las mismas personas, saludamos de igual forma, caminamos por los mismos rincones y, aunque no sintamos el peso de las pequeñas rutinas, éstas van dejando ciertas marcas en nosotros.
Viendo una famosa serie de televisión, como todos los domingos por la noche, caí en la cuenta que no es necesario un concierto de ranas para hacer del día algo diferente. Encontrarme ante tal descubrimiento gnoseológico fue casi iluminador. Más allá de sus efectos en el Kharma (porque a estas alturas, preferiría ser una vaca caminando libremente por las calles de la India), la idea de encontrar algo o alguien que “remueva” las ya establecidas estructuras, cual temblor a los viejos edificios; permitiría encontrar nuevos sabores y texturas en la vida.
No es que no me gusten las pequeñas rutinas o no disfrute la compañía de quienes están ahí en esos momentos, es sólo que de pronto, sería interesante experimentar ligeras turbulencias, el remezón suele darnos nuevas perspectivas. Las personas y las cosas cotidianas, aquello que hacemos, hicimos y no hicimos, adquieren de pronto un cariz diferente. Encontrarse ante esos momentos suele ser potente.
En este sentido, pensaba en las relaciones, en las personas que pasan por nuestra vida, con más pena o con más gloria, cada una es un universo de posibilidades. Sin embargo, suele suceder que, en ese amplio espectro podemos encontrar desde un largo bostezo, de los que llegan a trabar las mandíbulas; hasta una salvaje revolución de hormonas. Y luego de unos escalofríos que recorrieron mi espalda, hice un balance. Entre sumas y restas, caí en la cuenta que estaba dividiendo mis pocas energías en un absurdo intento de darle rostro a un montón de hormonas.
Me abstraje un momento, pensaba en todas aquellas parejas que caminan diariamente por las calles de esta ciudad y de pronto me pregunté ¿Es tan difícil encontrar a alguien que combine la capacidad de producirte escalofríos con las manos y el bostezo amable para dormirte en su brazos? Al parecer sí, en la oferta del mercado, parece que nunca aparece el pack; o te llevas uno o el otro. Por otro lado, como suele pasar con las grandes ofertas, hay problemas con la talla, el producto sale con fallas o simplemente se desgastan con el tiempo.
Quiero pensar en que no estamos condenados a vagar por las calles vitrineando en busca de la prenda que nos cautive y que, además, esté al alcance del bolsillo y que nos quede para vernos bien.


viernes, 31 de julio de 2009

Un movimiento sensual



Es algo por la mayoría sabido, que uno de los espacios más hermosos y más complejos de la intimidad sexual tiene relación con la sensualidad.
Es realmente común encontrar anuncios de todo tipo y en todos los medios, donde se ocupa la sensualidad como una forma de captar la atención de otros. Así, surge la extraña concepción de que la sensualidad está directamente relacionada con la femineidad. De este modo, si vemos a un hombre en pose sensual, comentaríamos que resulta algo plástico. Sin embargo, ¿podemos los hombres ser sensuales sin vernos plásticos o una mala copia de mujer?
Mientras estaba en casa cenando, de fondo sonaba un tema de reggaeton algo cargado de sensualidad. Mi mente se había puesto en pose de divagación y, hasta cierto punto había funcionado, cuando una enorme mosca pasó haciendo su típico zumbido. Más allá de incomodarme su peluda y negruzca presencia, me puse a pensar ¿puede una mosca ser sensual?, luego de largar unas carcajadas tras este pensamiento freak, y de unos ligeros tiritones ante la sola idea de imaginarme una mosca en traje de baño, me puse a pensar en los estereotipos de dejamos entrar a nuestras vidas y que, de una u otra forma, tienen una enorme influencia en nuestra intimidad.
La ya remarcada idea de que las mujeres son las encargadas de la sensualidad en la cama se ha enraizado en una sociedad que, por lo general, deja al hombre en la frase típica: “dos cucharadas y a la papa”. En nuestros tiempos, ya dudo de las dos cucharadas, entre las tantas variedades de papas y la variedad de preparaciones, el escaso tiempo y la superficialidad de las relaciones, el espacio otorgado al jugueteo, las insinuaciones y provocaciones ha pasado a ser un molesto zumbido.
Más allá de lo irrisoria que resulte la imagen de una mosca sensual, lo interesante es analizar nuestras experiencias en la cama. La importancia que le otorgamos a lo sensorial, el placer de tocar, oler, teniendo muy en cuenta la posibilidad que tenemos de conocer y reconocernos en el otro.
La idea es no relegar la sensualidad a un comercial de ropa interior o de alguna bebida alcohólica (recordemos aquellas cachondas imágenes utilizadas por Capel o Cristal a mediados de los 90).
Con cierto alivio, es grato ver cómo la figura de la mujer está dejando de ser un estereotipo brutalmente utilizado, en parte, gracias a la lucha feminista.
Así, los hombres han entrado con fuerza para captar al público femenino o gay. Más allá de eso, aquellos que han incursionado en la publicidad están ganando la calidad de íconos para ciertos grupos, en cuanto aprovechan los recursos propios, como la sensualidad.

Queda la interrogante en el aire, como un zumbido que revolotea de forma constante, mientras de fondo se escucha:

Un movimiento sensual, un movimiento sensual, mosca, mosca sensual.

domingo, 12 de julio de 2009

Rabittsh...




Recordando ciertos hitos para la cultura sexual de nuestra querida ciudad, vino a mi memoria el ya extinto sex shop que alguna vez hubo en una de las tantas galerías de esta urbe.
Para aquellos años (creo que fue por el 2006), produjo ciertas incomodidades en algunas personas que se declaran abiertamente conservadoras -notoriamente hay una clara diferencia entre ser conservador y ser cartucho- porque al diablo con las discusiones semánticas, somos una reverenda sociedad cartucha.
Diariamente hablamos que hemos avanzado en ser una comunidad más pluralista, abierta, tolerante (eufemismos que encubren pútridamente los cartuchismos de siempre). Sin embargo, basta con que aparezca un beso entre dos hombres en televisión para que toda aquella carga cultural reaparezca con todas sus fuerzas. Y no es sólo que repudien el hecho, sino que muchos no pueden esconder el morbo que surge dentro de ellos y, sin darse cuenta, sale de sus poros y se apodera de sus rostros: una escena digna de un estudio freudiano.
Retomando la idea original, era muy interesante darse una vuelta por aquel sex shop para observar las conductas de nuestros queridos citadinos. La estratégica ubicación – voluntaria o no – obligaba a los intrigados vitrineantes a tener que ir directamente al local si querían enterarse de las novedades.
Así, muy pocos eran los que se atrevían a posar sus ojos en la vitrina por mucho tiempo, quizás por vergüenza o por las miradas represivas de otras personas que circulaban a diario por la galería. La situación es que, a final de cuentas, más allá de las miradas el negocio no tuvo la respuesta que pudo esperarse. Se enfrentaban a una comunidad aún muy “conservadora”, lejana de aquellas “pervertidas” y “cochinas” o “sucias” costumbres de otras ciudades donde ese tipo de “juguetitos” se han popularizado.
Es me imaginarse entonces, lo que aún nos falta avanzar en términos de entender las diferencias y aceptarlas como parte de un mundo diverso. No pasa por crear leyes que defiendan las diferencias (aunque se agradece el apoyo), sino que pasa por dejar de lado los prejuicios, entendiendo que las únicas trabas las ponemos nosotros mismo con nuestras decisiones ante las personas.
Los conceptos tradicionales de “normal”, “correcto” o “decente” dejan entrever una serie de apreciaciones discriminatorias que tienen una carga histórico-cultural enorme.
¿Desde qué prisma tenemos el derecho de calificar las formas de vida de otras personas? ¿Podemos decir entonces que todos aquellos que no se ajustan a nuestros principios son anormales?
Resulta claro y evidente que para efectos prácticos todos tenemos conductas que nos diferencian de otros; desde pequeñas manías hasta las más grandes excentricidades. Sin embargo, tenemos la costumbre de llamarnos normales.
Es cierto que tampoco se trata de dejar rienda suelta a todo tipo de conductas, en función de que hay una serie de comportamientos que atentan directamente al bienestar de otros seres humanos. Sin embargo, la diferencia radica en que, sus conductas no radican en patrones culturales sino más bien en desórdenes neurológicos, biológicos o psicológicos. De ahí la idea de la no generalización.
Avanzar en términos de igualdad de condiciones, respeto a la diferencia y la posibilidad de realizar una vida saludable los términos emocional y relacional, se traduce en la posibilidad de un cambio cultural, que debe partir desde el esfuerzo de todos, desde quienes se ven y sienten diferentes por una condición sexual, no opción sexual, hasta quienes se sienten sumamente parte de la sociedad actual.
Debemos hacernos cargo de la mucha responsabilidad que tenemos, porque hemos sido criados y educados bajo los mismos patrones culturales que los demás y, de este modo, sería ingenuo pensar, que estamos ajenos a su influencia.
Mark Twain dijo alguna vez: “Nadie se desembaraza de un hábito tirándolo de una vez por la ventana, hay que hacerlo por la escalera, peldaño a peldaño”.


Es de esperar que, la escalera no sea muy larga y, que además, no sea mecánica; el esfuerzo debe ser nuestro.

miércoles, 8 de julio de 2009



La Manzana de Newton


Definitivamente, parece que el mundo confabula para que las relaciones afectivas no lleguen más allá de encontrarse frente a una taza de café y un trozo de cheesecake de chocolate.
Si no fuera por los riesgos del colesterol y el sobre peso, me enamoraría sin problemas hasta de una pichanga.
Resulta increíble que en estos tiempos, en el que las personas ostentan de su ingenio, inteligencia y suspicacia; no sean capaces de captar simples señales de interés afectivo hacia ellas.
Cuando estamos interesados en alguien, por lo general tenemos ciertas atenciones hacia esa persona. Le invitamos a salir, a cenar, al cine; son varias las posibilidades las que nos entrega la urbe.
Sin embargo, hay personas que nunca se dan por aludidas cuando tenemos estas atenciones, como si vivieran eternamente en las nubes - y créanme que ganas de volar hasta allá no tengo- (el riesgo de un descenso en caída libre es mucho, y aunque tengo el deseo de dejar un legado al mundo, no quiero que sea mi cuerpo esparcido en él). Aquí está la clave, parece que a esas personas se les hace necesario el
manzanazo de Newton, como para darse cuenta de las cosas.
Y aunque pareciera cómodo de mi parte quedarme en las atenciones y no decir un simple “me gustas” o un “te quiero”, la sutileza está en que no sean necesarias las palabras en estas instancias amorosas.
¿Qué ha sido de los tiempos en que las miradas cómplices eran dueñas de las cenas románticas? ¿Qué fue de las manos enredadas en el cine cuando se iba la luz?
Al parecer nos hemos vuelto más prácticos. En la idea de
dos cucharadas y a la papa, el pollo que va directamente al grano rompe toda la magia y la ilusión de estos primeros encuentros coquetos.
Sin embargo, a razón de las inestabilidades de nuestros tiempos, que derivan en emociones y sentimientos de igual característica, nos quedaremos cada vez con menos romance, menos conquistas, menos insinuaciones, menos coquetería y más, mucho más
Sexo Express.
Es de esperar que del gran Árbol de la Vida, aún queden manzanas dispuestas a caer.

domingo, 21 de junio de 2009

Miradas




Como es recurrente en ciudades relativamente pequeñas, el caminar por las calles es algo regular. Las cortas distancias entre los lugares que frecuentamos hacen que sea casi un estupidez tomar un taxi (salvo en aquellas no excepcionales ocasiones donde pareciera que va a caerse el cielo con la lluvia). Sin embargo, el resto del seco tiempo, se hace un placer recorrer los rincones de la ciudad. Es en estas instancias donde el cruce de miradas con otras personas que están en similares circunstancias se hace inevitable, porque de otra forma, si caminas con los ojos cerrados es probable que tu mayor socialización sea con un poste de luz o con el capó de un auto (cosa que creo no debe ser muy gratificante).
Una tras otra, las diferentes personas que transitan por las calles poseen miradas muy particulares. Sin embargo, no todas las personas tienen el valor de mirar a los ojos y creo que la sinceridad de las personas está ahí.
Hay de entre todos los tipos de miradas callejeras, algunas que siento que son muy interesantes:
- Hay unas miradas coquetas pero miedosas, te miran una vez como invitando, pero luego se esconden.
- Hay otras coquetas e insinuantes, que miran una y otra vez, pero nunca concretan, hasta que la persona observada se aburre y se va.
- Hay otra que es coqueta y sucia, que te desviste de una sola vez, el problema es que por lo general no llega a más de eso.
- Hay una mirada inocentona, que se parece a las miradas de la infancia, son dulces y dejan endorfinas para la semana.
- Hay miradas dudosas, aquellas que no logras distinguir si son de coqueteo y deseo o simplemente por cortesía o por una buena propina. Es en esta mirada en la que quiero detenerme esta semana…
Nunca he sido alguien que se caracterice por la decisión, siempre me ha costado un mundo poder decirle lo que siento a alguien que me gusta, cosa que sucede por lo general después de que alguien más me empuja casi de una patada.
Sin embargo, hace unos días hubo un encuentro de miradas muy particular. Frecuentando uno de los lugares más concurridos de la ciudad en términos de carrete sin baile incluido, se produjo un cruce de ojos con alguien del staff.
Al principio mi mejor amiga, Lulú (por la influencia de su perfume Lulú Blue), me comentó que alguien me miraba más que a las otras personas. Después de unos cuantos sorbos a mi Martini, caí en la cuenta que era verdad. Me comporté de acuerdo a la circunstancias, es decir, me reí a carcajadas toda la noche. Sin embargo, no pasó de ahí.
Volvimos a la semana siguiente y, para mi sorpresa, fue más amable de lo normal y las miradas fueron in crescendo. Después de bebernos unos mojitos para el maldito frío que se colaba hasta por debajo de nuestras conciencias, decidí que era momento de tomar al chancho por el rabo (no se extrañen, esto hace alusión a que siempre el terreno amoroso es resbaloso, sucio y hay riesgo de quedar completa e irremediablemente, embarrad@).
Cuando ya nos íbamos, Lulú me previno que era mejor hacer un Estudio de Mercado, para no embarrarme. Sin embargo, el cansancio de siempre esperar que la otra persona tome la iniciativa (cosa que no ocurre y a eso se debe el cansancio), decidí darle mi número de celular en la misma boleta del consumo. Mi sorpresa fue mayúscula al ver que so lo tomó con una naturalidad desconcertante y me dijo, con la misma cortesía de siempre “ahí veremos”.
Salimos del local con las endorfinas a full, pero como todo buen cuento de la vida real, nunca llamó y, de verdad, ya no espero que lo haga.
Volvimos a la semana siguiente, Lulú por curiosidad y yo, para cerrar el círculo. Esa noche no estaba, pero eso no fue impedimento para no comerme un enorme plato de papas fritas al merkén. Quizás no hubo concreción ni amor, pero hubo risas y mucho sabor.